jueves, 8 de abril de 2010

Perder los papeles

Hace un par de semanas leí un artículo muy interesante: ( http://www.elpais.com/articulo/portada/evitamos/perder/papeles/elpepusoceps/20100328elpepspor_5/Tes# )

Prácticamente sentía que estaba hablando de mi: de mis salidas de tono en los momentos más inoportunos, de esa carrera cuesta abajo y sin frenos que me es imposible detener, de saber qué has hecho / dicho cosas que están mal y que no puedes hacer nada por borrarlo... esa soy yo, mis emociones son no de gaseosa sino de nitroglicerina, el más leve movimiento y ¡pum!, por los aires.

Llevo un tiempo trabajando en ello, intentando ver qué es lo que me provoca, intentando descubrir ese momento anterior donde todavía me es posible parar, respirar y dejarlo a un lado, y hay veces que lo consigo, con un esfuerzo enorme pero lo hago, pero hay otras, en que es preferible gritar "Todos a cubierto" porque la guerra ha comenzado.

Sé que el contrario es igual de malo, que no están sólo las opciones de atacar o huir. Esa gente que todo se lo guarda, que nunca dice nada, para la que todo está bien, que huye del conflicto y que el día menos pensado entrará en erupción como el Etna. Pero a veces me dan envidia porque ellos no sufren en el antes, el durante y el después. A mi (y supongo que al que comparta mi genio loco) me molesta el darme cuenta de que me estoy enfadando, de que algo me está molestando... me saca de quicio entrar en uno de esos momentos, donde barro con todo lo que haya por delante, no respeto nada ni a nadie... y me hunde el momento posterior, cuando sé que lo he hecho mal, cuando por fin me doy cuenta de que no era justa la actuación y lo que he hecho, lo que he dicho ya no se va a olvidar.
Intentaré hacer caso a las recomendaciones del artículo, muy sensatas pero difíciles de llevar a cabo (¿alguien dijo que la vida fuese fácil?) y poco a poco limar mis asperezas, rebajar mis humos... En algún punto se dice que explotamos porque nos sentimos atacados, débiles y lo que hay que buscar es esa debilidad y solucionarla. Puede ser otro camino a explorar. Tengo que dejar de ser ese erizo que utiliza sus pinchos para defenderse en el momento en que se le roza.

Os dejo un cuentecito para reflexionar:
Esta es la historia de un chico que tenía muy mal carácter. Su padre le dió una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta. El primer día, el muchacho clavó 37 clavos detrás de la puerta. Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos.

Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos.

Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día.

Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo: has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tu pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero del modo como se lo digas le hará daño, y la cicatriz durará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Y no se borra.






















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