miércoles, 16 de noviembre de 2011

Una siesta de doce años

Este texto me ha llegado a través de una amiga que también es del
gremio. De este grupo de educadores, maestros, profesores... que
ahora somos los perseguidos por no querer trabajar, hacer huelga,
tener más vacaciones que nadie y dar a la sociedad niñatos mal-
criados.
Sí, esos somos nosotros pero además somos los que nos quedamos
hasta la 1 poniendo exámenes, los que nos dejamos la garganta
para explicar los números enteros, los que entramos a clase con
una sonrisa dispuestos a escuchar a 28 chiquillos cada uno dife-
rente, los que aguantamos a padres que sólo creen lo que sale por
la boquita de sus niños, y los que al terminar el día nos vamos a
dormir con una sonrisa beatífica en la cara, por un lado de cansancio
y por otro de satisfacción por el deber cumplido, un día más apor-
tando algo nuevo a la vida de esos pequeños seres humanos.

El autor es Carlos Capdevilla y lo suscribo al 100%.

Educar debe de ser una cosa parecida a espabilar a los niños y
frenar a los adolescentes. Justo lo contrario de lo que hacemos
no es extraño ver niños de cuatro años con cochecito y chupete
hablando por el móvil, ni tampoco lo es ver algunos de catorce
sin hora de volver a casa.


Lo hemos llamado sobreprotección, pero es la desprotección
más absoluta: el niño llega al insti sin haber ido a comprar
una triste barra de pan,justo cuando un amigo ya se ha pasado
a la coca.


Sorprende que haya tanta literatura médica y psicopedagógica
para afrontar el embarazo, el parto y el primer año de vida,
y que exista un vacío que llega hasta los libros de socorro
para padres de adolescentes, esos que lucen títulos tan
sugerentes como Mi hijo me pega o Mi hijo se droga .
Los niños de entre dos y doce años no tienen quien les escriba.


Desde que abandonan el pañal (¡ya era hora!) hasta que llegan
compresas (y que duren), desde que los desenganchas del chupete
hasta que te hueles que se han enganchado al tabaco, los padres
hacemos una cosa fantástica: descansamos. Reponemos fuerzas del
estrés de haberlos parido y enseñado a andar y nos desentendemos
hasta que toca irlos a buscar de madrugada a la disco. Ahora que
al fin volvemos a poder dormir, y hasta que el miedo al accidente
de moto nos vuelva a desvelar, hacemos una siesta educativa de
diez o doce años
.


Alguien se estremecerá pensando que este período es precisamente
el momento clave para educarlos. Tranquilo, que por algo los
llevamos a la escuela. Y si llegan inmaduros a primero de ESO
que nadie sufra, allá los esperan los colegas de bachillerato
que nos los sobreespabilarán en un curso y medio, máximo dos.
Al modelo de padres que sobreprotege a los pequeños y abandona
los adolescentes nadie los podrá acusar de haber fracasado
educando a sus hijos. No lo han intentado siquiera.


Los maestros hacen algo más que huelga o vacaciones, y la
educación es bastante más que un problema


Pido perdón tres veces: por colocar en un título tres palabras
tan cursis y pasadas de moda, por haberlo hecho para hablar de
los maestros, y, sobre todo sobre todo, porque mi idea es -lo
siento mucho- hablar bien de ellos.


Sé que mi doble condición de padre y periodista, tan radical que
sus siglas son PP, me invita a criticarlos por hacer demasiadas
vacaciones (como padre) y me sugiere que hable de temas
importantes, como la ley de educación (es lo mínimo que se le
pide a un periodista esta semana).


Pero estoy harto de que la palabra más utilizada junto a escuela sea 'fracaso' y delante de educación
acostumbre a aparecer siempre el concepto 'problema', y que 'maestro' suela compartir titular con 'huelga'.
La escuela hace algo más que fracasar, los maestros hacen algo más que hacer huelga (y vacaciones) y la
educación es bastante más que un problema. De hecho es la única solución, pero esto nos lo tenemos
muy callado, por si acaso.


Mi proceso, íntimo y personal, ha sido el siguiente: empecé
siendo padre, a partir de mis hijos aprendí a querer el hecho
educativo, el trabajo de criarlos, de encarrilarlos, y, mira por
donde, ahora aprecio a los maestros, mis cómplices. ¿Cómo no he
de querer a una gente que se dedica a educar a mis hijos?


Por esto me duele que se hable mal por sistema de mis queridos
maestros, que no son todos los que cobran por hacerlo, claro está,
sino los que son, los que suman a la profesión las tres palabras
del título, los que mientras muchos padres se los imaginan en
una playa de Hawai están encerrados en alguna escuela de verano,
haciendo formación, buscando herramientas nuevas, métodos más
adecuados.


Os deseo que aprovechéis estos días para rearmaros moralmente.
Porque hace falta mucha moral para ser maestro. Moral en el
sentido de los valores y moral para afrontar el día a día sin
sentir el aprecio y la confianza imprescindibles. Ni los de la
sociedad en general, ni los de los padres que os transferimos
las criaturas pero no la autoridad.


¿Os imagináis un país que dejara su material más sensible, las criaturas, en sus años más importantes,
de los cero a los dieciséis, y con la misión más decisiva, formarlos, en manos de unas personas en quienes
no confía?


Las leyes pasan, y las pizarras dejan de ensuciarnos los dedos
de tiza para convertirse en digitales. Pero la fuerza y la
influencia de un buen maestro siempre marcará la diferencia:
el que es capaz de colgar la mochila de un desaliento justificado
junto a las mochilas de los alumnos y, ya liberado de peso, asume
de buen humor que no será recordado por lo que le toca enseñar,
sino por lo que aprenderán de él.

4 comentarios:

  1. Los profesores sois (en mi casa, y tan solo tengo 24 años) los que me habeis enseñando unos valores, una educacion y sobretodo el sentido y el sobreesfuerzo que tiene que tener el ser humano.

    Despues de mi familia, sois los que más me habeis enseñado. Gracias!

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  2. Gracias a tí por la parte que me toca. Yo soy profe reciente (tengo sólo tres años de experiencia) y la verdad es que para mi es el mejor trabajo del mundo, soy totalmente feliz cuando veo que los niños han aprendido algo o cuando me dicen q han visto tal cosa y se han acordado de algo visto en clase.

    Y yo como alumna guardo un recuerdo imborrable de mis profes, me marcaron tanto, tanto, que aunque mi carrera no era para dar clase, he acabado haciéndolo.

    Un besote

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  3. Yo también me acuerdo de unos cuantos profes que marcaron mi forma de pensar y de ser, que me ayudaron a romper con los convencionalismos y a ser quien soy. Hay que luchar por la educación pública y de calidad, es un derecho que nadie debe perder!!!

    bs

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  4. Claro que hay que luchar, hay que seguir defendiendo la escuela, a los profesores y los derechos que tenemos gracias al sudor y al esfuerzo de los q vinieron delante ¡no podemos dejarnoslo quitar y ya está!

    Besotes y gracias por comentar :)

    Rosa

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