
Por fuera parece otra cosa distinta a lo que te encuentras, parece cutre y te sorprende gratamente. La parte de abajo es como una cafeteria con mesitas y la parte de arriba, el restaurante. Fuimos entre semana y no había demasiada gente, aún así se puede reservar.
Pedimos parmiggiane para compartir (fue de calabacín en vez de berenjena), algo escasito pero muy bueno. Y luego nos fuimos a por las pizzas, aunque la pasta tenía muy buena pinta. Son enormes (yo no pude con la mía), de masa finita, y con buenos ingredientes (el jamón york de mi cuatro estaciones estaba buenísimo). Los postres no me parecieron nada del otro mundo, tarta de requesón y de limón y bastantes caros en comparación al resto de la comida.

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