Me gusta el fútbol, vaya eso por delante. Soy del Real Madrid, aunque ahora gracias a Mourinho no me sienta muy identificada con el club. Me gusta ver jugar a la selección española, vibré en la Eurocopa y en el Mundial. Sé lo que es un fuera de juego, tirar un penalti a la Panenka y lo que significó la ley Bosman.
No entiendo la locura que ha invadido a este deporte. Esas cifras millonarias, esos jugadores mercenarios que no sienten sus colores: un día deseando fichar por un equipo, al siguiente fichan por el máximo rival. No entiendo que esto sea un toma y daca entre dos. No entiendo que tengan que llevarse a matar, que el que sea de uno odia al otro. No comprendo que jueguen con violencia, con patadas. Para mí el fútbol no es eso.
Pero en mi viaje a Nicaragua he vuelto a ver la cara verdadera del fútbol. Ese fútbol que jugaba en el colegio, en la calle... donde lo importante es reir, pasarlo bien, marcar gol y celebrarlo con un abrazo gigante, donde uno va a divertirse, a olvidarse de otras cosas, a dejarse la piel en el campo...
Esa alegría del fútbol se ve en estas fotos que os dejo. Es el patio del colegio de Los Cocos, había caído una lluvia torrencial y tenía un charco de un tamaño considerable. Jugaban las mamás (hablamos de chicas de 20 años) contra los chavales. ¿Quién dijo miedo? ¿quién dijo que un charquito impediría disfrutar de una tarde de balón y risas? Ahí los tenéis. Eso es el fútbol.
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