Qué duro es sentirse perdida. No saber dónde estas, quién eres o quién quieres ser.
Llorar una y otra vez cuando no se tiene motivo, cuando el motivo no merece la pena. Llorar con rabia y con desesperación, llorar en contra de una misma. No son lágrimas de consuelo sino lágrimas que duelen, que escuecen.
¿Cómo te sientes? pues sola, muy sola, rodeada por millones de habitantes que no hacen más habitable esta ciudad sino que a cada segundo que pasa la ciudad se hace más fría, más dura, más cerrada. Una ciudad que adoro pero que estoy empezando a no querer, una ciudad en la que me ha encantado perderme pero que ahora se hace impenetrable para mí, una ciudad que era mía pero ahora no sé a quien pertenece. Siempre he amado su capacidad de convertirte en nadie, en un ser anónimo en sus calles y eso ahora me ahoga, me daña, me oprime el pecho y el corazón hasta que no siento que respiro. Sólo quiero huir, dejar de verte, dejar de recorrer tus calles donde me he perdido para encontrame por fin en otro sitio.
Paralizada, sin fuerzas, sin ganas, sin ánimo, sin impetú ¿no parezco yo? es que no soy yo. Lo intento pero no sé donde buscarme, donde encontrarme, a veces lo hago y me agarro con fuerza a mí misma para no perderme pero me acabo diluyendo como haces de niebla en la noche oscura.
Era de cristal o de porcelana o puede que de arcilla, parecía fuerte pero me quebré, me rompí por entero, desde muy dentro, me rompí toda yo que era corazón, corazón-coraza, me dejé hacer añicos, me hundí y cuando quise salir no tenía fuerzas y me volví a perder y a romper.
Y estoy intentado reconstruirme, hacerme un nuevo yo, pegar las mil piezas en que se rompió mi vida, mi yo, y veo que me recubre una capa frágil de millones de fragmentos, capa que todavía no me protege porque no ha soldado, capa que no repele los ataques, propios y ajenos, capa que es débil, como yo soy débil ahora y lloro, lloro mucho... y me siento sola, sola dentro de mí.